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. ¡Ojalá no me equivoque, ojalá haya mirado bien! Comentarios al poemario …a merced de tu mirada / d

…a merced de tu mirada / de Ricardo Rodríguez Santos

Editorial Areté Boricua, San Juan, Puerto Rico

La Dra. Flor María Piñeiro solía decir que: “Todo libro es un acto de amor, porque en el proceso de escribirlo y publicarlo hay un corazón, una voluntad empujando para que esas palabras lleguen a otras manos. El editor guatemalteco, Armando Rivera, afirma que todo libro tiene su destino. Tal vez por eso, me llamó una noche desde París, para decirme que se había llevado varios ejemplares de mi libro “El fraile confabulado”, (tirada de bolsillo) y los estaba dejando en las bancas de los parques, en las estaciones de tren, sobre una mesa en una cafetería… en el cuarto del hotel…

También dice que los libros de poesía deben recibirse con el candor y con la gratitud con la que se recibe una ofrenda. Entonces, hoy Ricardo Rodríguez Santos nos ofrenda 20 poemas, escritos durante los últimos cinco años; versos cuya harina ha amasado hasta construir el inicio de una poética que devela las sombras que lo atraviesan, las claridades que lo habitan, las desolaciones que lo surcan, y las esperanzas que lo mantienen erguido en la proa del barco.

Creo que la imaginación y la filosofía manifiestan su mayor esplendor en la poesía, sin descartar su importancia en géneros como el cuento y la novela. En la poesía, la imaginación es el espacio vibrante donde se construyen visiones e imágenes que derrotan los límites de las leyes humanas: las leyes de la física, de la química, de la biología… por eso la voz poética puede trascender muros, perderse, disolverse en el aire, regresar, trascender, morir, resucitar, volver a morir y volver a resucitar. Por eso, la voz poética puede afirmar en el poema tercero y cito: “Disuelto en el aire, la brisa me esparce y dispersa…”, o como en el poema 15: “Del desierto y sus quimeras llego, vuelvo, me detengo, regreso. Las dunas a la distancia siempre nublan mi percepción, siempre”.

Un título atrayente aparece debajo de unos ojos mansos y serenos, ojos que parecen dos lagos silenciosos. Sí, el poemario se titula “…a merced de tu mirada”. Los que conocemos un poquito a Rodríguez Santos, sabemos de cuan férreamente defiende aquello en lo que cree, cuan férreamente trata de descifrar, definir y encausar los postulados que sostienen su vida; por lo tanto, el título, “…a merced de tu mirada” no es una posibilidad de sumisión, mucho menos de servilismo. A mi juicio, es una puerta semi abierta, una tentación al riesgo, sí, al riesgo de asomarnos a su mundo interior, que, es decir, la total desnudez de la voz poética, la patria más íntima; porque hacer poesía es ir más allá del vestido, y más allá de la piel.

El poeta se ha puesto en el centro a merced de nuestras miradas, y los que le rodeamos no podemos mirarlo, sino desde nuestras concepciones del mundo, nuestras fuentes de alegrías y prejuicios. Miramos desde la generosidad del lenguaje, o desde la limitación del lenguaje, cuando todavía, como Borges, nos estamos preguntando si existe la posibilidad de una correspondencia perfecta entre las palabras y las cosas; o como señala Augusto Palma en “La ficción de la filosofía”: “…el lenguaje es meramente un vehículo a través del cual nos dirigimos a la realidad, pero es posible que no sea lo suficientemente transparente como para garantizar la existencia única de la realidad y la verdad”.

En el poema de Borges “El golem”, Este afirma: “si el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de rosa, está la rosa, y todo el Nilo en la palabra Nilo”.

De modo que estos elementos están ahí, interviniendo con la poesía que está a merced de nuestras miradas. No obstante, si se lee cuidadosamente este poemario, se pueden trazar ciertas pistas que develan los niveles de emoción que contienen estas palabras hechas poema. En primer lugar, la voz poética reconoce el espacio de la nada. Aunque parezca una antítesis, la nada es un espacio, una región donde gravita el espíritu del poeta. Cito: “Vago sin rumbos por senderos de la nada” (poema 3), “Tanteo una y otra vez las paredes de la nada” (poema 4), “que el corazón, pobre corazón, gima agudamente y así se rompan finalmente los nudos de la nada” (Poema 6), “El silencio no es la paz, es la nada colgando del sol” (poema 16). Cuando repasaba estas líneas del poemario, fue inevitable amarrar estas bellas y angustiosas imágenes de Ricardo Rodríguez Santos, con la angustia de Whitman en Canto a mí mismo, cuando afirma: y cito: “Yo y este misterio aquí estamos frente a frente”; también con el verso de Verlaine en Paseo sentimental y cito: “Yo erraba solo, paseando mi llaga a lo largo del estanque…”

En nuestro poeta hay una búsqueda (Ante mi sed perpetua me pregunto por el oasis), por eso el poemario es un viaje “que se bifurca entre las tinieblas”, como afirma en el Poema 3, “un viaje sin rumbo por un camino oscuro, siempre oscuro”, insiste en el poema 4.

La voz poética no encuentra un asidero, no encuentra una hendidura hacia donde proyectar su luz, siente que las sombras le asechan, pesa tanto el pasado, es un pasado tan presente: “Sobrevuelan como buitres sobre los cadáveres de mis verbos…corro desesperado y me diluyo en el verso profano…” (cierro la cita)

Y todo parece perdido, y todo parece perdido hasta que grita, en el poema 8: “De repente tu piel, Enuncio y soy”. Total afirmación del encuentro humano, total reconciliación con lo concreto de la carne, total afirmación de que el camino se construye con y para el otro o la otra; que con el otro, o la otra, damos propósito a la ruta. ¿Recuerdan ustedes las palabras que Rosía la Verde le entrega al guerrero Rhodo, en el poema La espada encendida de Pablo Neruda? El guerrero mira a la campesina surgida de las devastaciones glaciares mientras ella le dice: “Nunca pude ser tierno como la leche, sino erizado y duro como la castaña polar, pero llegas tú, y sube en mí un bosque verde, y me convierto en rosa.”

Eso contempla …a merced de tu mirada: “De repente tu piel, Enuncio y soy.” La voz poética se salva. En el poema 17 lo nombra: “Esas noches que consumen polvo de estrellas, esos horizontes cansados de derretir esencias, esas voces del viento ya ronco, ya insípido, esas ondas del río que insisten en ser y no ser, esas manos del olvido, ya no son”.

La ofrenda de Ricardo Rodríguez Santos es una dádiva profundamente espiritual, profundamente humana, profundamente bella, honda como el río del poema 20, con el que cierra el poemario.

No ha necesitado Rodríguez Santos saturarnos de estructuras poéticas abarrocadas, porque la verdadera poesía se basta a sí misma. No ha necesitado impresionar con poemas largos, porque el gran logro de la verdadera poesía es la síntesis. Y en este poemario, que no niega lo desolado, se rescata lo resurrecto, lo que germina; en otras palabras, …a merced de tu mirada parece una vuelta a la flama, a la pasión, a la alegría de estar vivo y al reto de ser. ¡Ojalá no me equivoque, ojalá haya mirado bien!

Rubis M. Camacho

Narradora y poeta puertorriqueña

abril 2019

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